miércoles, 22 de abril de 2009

Boedo

Yo no vengo a hacerme la partida
Pero digo que vengo del Boedo legendario
Julián Centeya

“Mis orígenes están en las cuatro esquinas en cruz de Boedo y Chiclana”
Percibimos como un eco la voz cascada, el fraseo personal, inimitable, mezclado con la calidez de la lunfardía porteña y con la inspiración del poeta que no alardea, sólo enumera lo quimérico de la historia de Boedo.
Desde una geografía humilde, casi campera, de casas bajas y patios con malvones, su gente hizo el camino hacia lo que Boedo significó en el desarrollo cultural de Buenos Aires.

Comienza nombrando como a una amiga a “La Balear”, sociedad de socorros mutuos, fundada a principios de siglo por inmigrantes españoles, cuya arquitectura realza, como telón de fondo, la magia de la cortada San Ignacio que en el cruce con Boedo, prestó su esquina para la arenga y el debate de los políticos de entonces y , también a aquellos predicadores del Ejército de Salvación, que enfundados en grises uniformes, reclamaban con sus himnos, paz y solidaridad.

Allí nomás, cruzando a la acera sudeste estaba el café Biarritz con mesas en la vereda donde una noche confusa mataron a “la Chancha”, apenas un gigoló de arrabal.

El antológico café El Aeroplano, punto de reunión de varios personajes, como Eufemio Pizarro, indultado por Hipólito Irigoyen en el año 1917 del penal de Ushuaia (años después murió asesinado por estas calles), Homero Manzi, Cátulo Castillo perpetuaron su imagen en una milonga.

El café Dante era por aquellos años, como una sucursal de San Lorenzo (1), allí se vivían los después de los partidos, con luces, aplausos y discusiones acaloradas, mientras por la ancha y empedrada calle los tranvías salían chirriando de la estación, para recorrer la piel de Buenos Aires, que crecía sin pausa, acompañada por una galería de escritores, poetas, pintores, escultores, comparables a notables artistas europeos.

Los modestos habitantes del barrio, podían así, leer sorprendidos y maravillados, pagando solo unas monedas, a los librepensadores del mundo, también al talentoso inmigrante judío, que apoyado por la confianza de un editor lleno de sueños, publica “versos de una furcia”, firmado con el seudónimo Clara Beter, generando fantasías, opiniones y hasta cartas de amor.

Desde aquí brotó la chispa que desembocó en la semana trágica, ensangrentando a una Buenos Aires llena de sorpresas.

Acompañaba esa ebullición un nutrido movimiento teatral, por el que pasaba el drama, la comedia, el sainete que llegaba al escenario del Teatro Boedo, enriqueciendo el tiempo libre de los vecinos.

Luego Boedo se fue poblando de peñas y personajes de café, es una “boulevard amplio de aspecto vivido” por el barrio transitan intelectuales, médicos notables, algún malevo, legendarios anarquistas y locos lindos como Francisco Sabelli, al que llamaban “el loco papa”, compañero de militancia de Homero Manzi y protagonista de innumerables anécdotas.

Barrio de inmigrantes nostálgicos, gente luchadora, soñadores, “melenas de novias” y por sobre todo un “lonjeado cielo”.


© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

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