sábado, 13 de noviembre de 2021

NOSTALGIAS

 


Los 20 meses de pandemia, han cambiado los paisajes por los que una solía andar.

Era casi cotidiano, encontrar al chico que paseaba los perros, por Av. Boedo.

Lo encontraba a lo largo de la Avenida que nos da nombre, desde Agrelo a Pavón, en algún punto, aparecía él con sus pichichos. Un paseador epecial, que destacaba por el cuidado y el amor con que hacía su  trabajo.

Yo estaba enloquedica con Chancho, un mastín napolitano color café con leche, al que le cabía el viejo calificativo de scanzafatiga.  




Hoy encontré las fotos, sentí nostalgia por aquellos días de octubre del 2017, que parecen tan lejanos. Las tomas las hice en la esquina de Boedo y Agrelo, o sea en el que llamo Boedo sentimental, porque lo es por afecto e identidades antiguas, aunque sea Almagro en los papeles.

Las comparto, algún vecino habrá que reconozca la jauría y la añoranza.

sábado, 25 de junio de 2011

Joyas de la arquitectura de Boedo

Este video es el comienzo de un trabajo que realizamos con Margarita Paroli, en el barrio de Boedo.
Es más que el intento de conservación de una arquitectura que cae bajo la picota día a día. Es un reconocimiento a esas calles que tanto queremos y a aquellos constructores italianos, que allá por el 1900, ofrecieron esa belleza, amasada, de seguro, con la nostalgia de un paisaje natal que ya no volverían a ver.

viernes, 26 de noviembre de 2010

¿Reconoce Ud.esta esquina?

Los más memoriosos, o los mayores quizás se alegren al revivirla,
para otros será una incógnita sin solución.



Este aspecto presentaba la esquina Nordeste de Estados Unidos y Boedo en abril de 1942, cuando fue adquirida por el Banco Provincia de Buenos Aires. Esta casa bancaria de acuerdo a la importancia comercial y a la autonomía del barrio, necesitaba ampliar y mejorar el local que poseía en Av. Boedo 845, donde funcionaba su sucursal Nro 6. Por lo cual decidió la compra de las propiedades: Av.Boedo 788/92/96/800 y Estados Unidos 3575 por un valor de $ 210.000.
La operación se cerró por intermedio de la firma inmobiliaria de don DomingoSpinelli.
© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.
Versión para Internet de los artículos publicados en diciembre de 1994
La bibliografía y documentación que lo sustenta, puede solicitarse al correo del blog

Boedo: Rincones y misterios

De un barrio que cambia vertiginosamente, plasmamos en imágenes
la mágica conjunción del ayer y del hoy



UN CAFÉ:
Fileteados y madera. La esquina Norte de San Ignacio y Boedo, un puerto para los transeúntes



UNA CALLE:
39 SUR. Extraña mezcla de museo, chopp y café. Esquina N.O. de Maza e Inclán



UN PERSONAJE:
La casa de Doña Dominga Bonavena. La mesa en la calle para fin de año y los ravioles del domingo se fueron con ella y Ringo. Esquina NO de Gibson y Treinta y Tres



UNA ESQUINA:
Buena comida, café y literatura... Esquina NE de Las Casas y Muñiz



UNA BARRANCA:
En la hondonada, la Iglesia Evangélica Bautista, Distrito Sur cumplió 100 años allí, el pasado 27 de diciembre. Salcedo donde muere Quintino Bocayuva



UNA PLAZA:
La del Padre Massa. Escondida detrás de Carrefour, sólo la conocen los vecinos inmediatos. Marmol y Salcedo



UN PUESTO DE VENTA DE PESCADO:
El esplendor del mercado pasó, pero María sigue batallando infatigable. Mercado en Quintino Bocayuva 943



UNA CASA:
Donde muere Quintino, aún se alza como si las calles continuaran siendo de tierra. Esquina NE de Salcedo y Quintino



© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna
a protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autor
*Este artículo se encuentres.
Versión para Internet de los artículos publicados en mayo de 1995
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domingo, 1 de noviembre de 2009

El Dr. Israel D. Cassano

El Dr. Israel D. Cassano que nació en 1924 en Ranchos, Provincia de Buenos Aires, nos cuenta:



- La primera vez que llegué a Buenos Aires tenía 8 años; en 1935, alrededor de los 11, nos instalamos definitivamente e ingresé al colegio Nº 23 del Consejo Escolar 6º, de Av.Boedo entre Metán y Rondeau. Di examen y entré a 3er grado. En Ranchos no fui al Colegio del Estado, porque estaba a una legua de distancia, en medio del campo; la que me enseñó esos primeros tres años de escuela fue mi tía y madrina. De la primaria en Boedo recuerdo a mi primera maestra la Sra. de Aguado, que además de ser una maestra brillante era una madre para muchos alumnos porque les enseñaba a comportarse en la vida.


- ¿Recuerda el nombre de algunos compañeros?-


-Sí… Sadoz; el Dr. Felix Cavallieri, médico y vecino; Vizeti; Polman, el Dr. Baigún de la famosa inmobiliaria; Birman que también se ocupa de inmuebles; pero aquí en la zona; Del Cueto; Magnole de la fábrica de ventanas.-


- ¿Qué le quedó grabado de esos primeros momentos en Boedo?-


-La sorpresa de toda persona que llega del campo a la ciudad…Los ruidos, las peleas que se suscitaban entre nosotros a la salida de la escuela… En 1939 ingresé al Colegio nacional Bernardino Rivadavia, de Av. San Juan 1535. De aquí tengo muy gratos recuerdos y muchos amigos: El Dr. González Somoza, de Pompeya; el Dr. Sampaolesi, titular de una cátedra de oftalmología; el Dr. Murature. Con ellos estudiábamos juntos.


- ¿Porqué eligió ser médico?-


-Tenía dos vocaciones la astronomía y la medicina. Para hacer astronomía debía ir a Córdoba, carecía de medios y tenía que alejarme de mi familia. Entonces me decidí por la biología que también me gustaba muchísimo. Dentro de la medicina, de entrada me interesó la pediatría que es “el gran amor de mi vida”. A partir del 4to año de la carrera hice las prácticas en el hospital Pena, que consistía en una guardia semanal de 24 horas y un domingo rotativo. Ya en 7mo año, ingresé también como practicante menor a la entonces llamada “Casa Cuna”. Es interesante recordar que el Pena tenía como radio la Quema de basura, que estaba detrás de la cancha de Huracán, desde Alcorta y Luna hasta el Riachuelo. Eran montañas de basura; la habitaban los cirujas, para los cuales, ocasionalmente, los vecinos pedían auxilio. Muchas veces eran enfermedades serias: parasitosis generales, miasis o sea gente con gusanos en las heridas… Estas personas estaban en contacto permanente con la mugre… A mí me tocó calzar botas y meterme en la quema. Recuerdo perfectamente un rancho donde recogimos a un paciente. Cuando era algo grave se los llevaba al hospital y, significaba un problema porque había que sacar todas las parasitosis habidas y por haber en el baño, antes de internarlos.


- ¿Usted llegó a tener a Houssay como profesor?-


-Sí, en fisiología. Cuando terminé la materia me tomaron como ayudante en la parte de química biológica y allí me quedé cuatro o cinco años, prácticamente hasta que me recibí.


- ¿ Cuándo se graduó comenzó a hacer especialidad en niños?-


-Recibido de médico en 1951, instalé consultorio en Av.La Plata 2071 e hice primero medicina general… Yo me acuerdo que llegaban a mi consulta las viejitas pensando que las iba a curar del reuma, porque era médico nuevo y creían que lo sabía todo. Allí estuve hasta 1956 en que se trasladé a aquí, Av. Caseros 4115. Los médicos de entonces eran el Dr. Storni, que era pediatra; el Dr. Ventura, que tenía consultorio en Av. Chiclana, El Dr. Amadeo Galli. Lo que uno recuerda desde el punto de vista profesional son las interconsultas que había entre los especialistas del barrio, cosa que ahora prácticamente ha desaparecido. Otra de las cosas que en esa época se acostumbraba al poner consultorio, era presentarse a los médicos ya instalados, porque teníamos una noción de ética muy importante. En aquellos tiempos se nos enseñaba mucho la ética profesional.


- ¿La consulta domiciliaria era más común que ahora?-


- Si… uno a veces las tenía hasta la madrugada.


- Cuando Ud. iba a realizarlas, entraba en el alma del barrio ¿Qué sentía?-


- Lo que uno recogía era el cariño y el respeto por el médico de familia. Uno sentía un calor humano muy grande: era acompañado hasta la puerta por dos o tres familiares que preguntaban cada cosa referente al paciente y, me llevaba grabada cada consulta que hacía.


- Era como un coordinador porque conocía a cada miembro de la familia.-


- Claro… además como éramos vecinos, conocía todos los demás aspectos.-


- ¿Durante cuánto tiempo atendió adultos?


- Durante dos años. Corté drásticamente mandando los pacientes a mi amigo el Dr. Cavallieri, porque para ese entonces ya estaba en la “Casa Cuna” como médico de la sala 5º… Sin embargo… yo atendí tres generaciones: a los abuelos, a los padres ahora a los hijos; pero los padres vienen a atenderse y, durante 38 años fui Jefe de Servicio en Brassovora, adonde también atendía adultos; es que otra de las cosas que hice fue el curso de medicina del trabajo. En 1961 inicié la carrera docente que terminen el 65, recibiéndome como docente autorizado de pediatría.-


- Ud. también ha estado en el Piñero.-


- Sí. Hasta 1980 fui Jefe de Sala en el Hospital Elizalde; entonces, pasé al Piñero como Jefe por concurso de la Unidad de Pediatría. Y sigo vinculado con él, porque a pesar de haberme jubilado soy docente honorario: una vez por semana concurro a dar clases y otra porque soy medico consultor de la sala de pediatría.


- Volviendo al tema del barrio ¿Qué diferencia ve entre este Boedo de hoy y el de cuando Ud. era chico?.-


- El Boedo de entonces… Cada cuadra era una familia. En casa teníamos teléfono y muchos vecinos que no lo tenían iban a usarlo; oportunamente nosotros usábamos sus casas. Yo recuerdo especialmente a la de Donato… Todo era distinto a lo de hoy. El cuanto a los personajes del barrio estaba el lechero que pasaba con el carrito o con las vacas para el ordeñe; el afilador; el arreador de pavos; el canastero con sus plumeros y canastos. En cada esquina y a mitad de cuadra existía una llave de luz y a la noche pasaba una persona que se encargaba de encenderla. Estaba el barrendero con su uniforme gris, su tacho, su cepillo, que barría el cordón de la vereda. Otra persona importante era el policía de la esquina, que durante toda la noche pasaba y revisaba las puertas para ver si estaban cerradas. Ah… algo importante, lo conocíamos también, porque a veces nos corría cuando jugábamos a la pelota en la calle.-


- ¿Dónde jugaban a la pelota?-


- En dos cortadas en las que yo después viví. Avalle y Álzaga, ambas eran de tierra. Yo vivía en Rondeau, primero en el 3553 y luego en el 3528. La primera casa, más tarde la habitó Susy Leiva a quien, cuando yo era un chico de unos 14 años, solía llevar de la mano, ella era muy chiquita. Por Rondeau dos o tres veces por día pasaba un ómnibus, que creo se llamaba “La Imperial” y, una linea regular “La metropol”; cada tanto cuando estábamos jugando, salían nuestros familiares avisando: "¡Ojo que puede venir la Metropol!” .



- ¿Qué otros recuerdos tiene?-


El lugar donde se reunía todo el mundo era la peluquería. Yo concurría a la de Rondeau y Maza… de esas esquinas recuerdo la verdulería y El quiosco, que era del hermano del peluquero. Estaba la iglesia San Bartolomé practicamente recién inaugurada y, a su lado la lechería de Venancio. En el vértice donde se cruzan Chiclana con Rondeau, se había instalado una calesita al lado de un almacén con despacho de bebidas. En la esquina sudeste de Chiclana y Boedo estaba la farmacia de Atilio Sago, haciendo cruz la Casa Murias, lindando desde siempre con un café. Donde está el Banco Mercantil(1) había una ferretería… Ese era el barrio de entonces.





- Ud. nunca se fue de Boedo. ¿Qué significó en su vida?- Significó y significa todo… Como yo viví nada más que de la medicina siguiendo el principio bíblico” si al altar te dedicas del altar debes vivir”, conseguí todo lo que tengo porque previno del ejercicio de mi profesión en Boedo. Además de todas las alegrías y las penas que puede tener un ser humano, Boedo me dio familia; mis padres vivieron siempre aquí; mi mujer, mis dos hijas, mis cinco nietos…








Al finalizar el reportaje, el Dr. Cassano nos dijo: “He hecho esta entrevista como un médico de barrio”.



Nosotros reflexionamos en silencio: MEDICO DE BARRIO, así con mayúsculas… Con casi 60 años de Boedo, 44 de profesión, Cassano encarna a aquellos médicos de la época de oro del barrio: Tidoni, Reibel, Barcia, Cruciani, Cantoni, quienes ostentaban la dignidad de la abnegación, del desinterés económico, de la filantropía.



Es reconfortante saber que no todo es pasado, y hombres de bien siguen con amor desde sus puestos.





(1) Caseros y Boedo, esquina nordeste





Nota: Cuando publicamos este artículo en mayo de 1995, tanto el diario como nosotros recibimos una cataráta de llamados de antiguos pacientes del Dr. Cassano, ya adultos. En un caso, se comunicó un médico, investigador en París. Todos agradeciendo la excelencia como profesional y persona de Israel Cassano y los maravillosos recuerdos que de él guardaban.
© Ana di Cesare y Gerónimo Rombolá


© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá.

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sábado, 17 de octubre de 2009

Cafés de Boedo 3ra Parte

Yo lo trepé a Boedo
viniendo del cruce con Chiclana
¡Y era muchacho!

Mi barrio de lonjeado cielo
Del bodegón humoso y la cantina gringa
De la murra y la canzoneta nostálgica
Labriega, acaso… “la violeta”
(Julián Centeya)

La pintura que Julián Centeya (1), el “hombre gris de Buenos Aires”, así lo llamaban, hace del barrio en su poema “Boedo”, es entrañable. Él era habitante y habitué de cafés como “La Puñalada”(2), que junto con Homero Manzi y los hinchas de Huracán lo contaba entre sus parroquianos.
En la esquina sudoeste de Boedo y Rondeau, con sus paredes pintadas de azul, este reducto que también se llamó Café de la Paz y Huracán, cuenta con anécdotas innumerables, como la de aquel día en que se suspendió el sorteo de la lotería, dándole a los presentes la excusa para fabricar una ruleta con el ventilador al que ponían en movimiento; al desenchufarlo ganaba el número que quedaba en la hora doce.
Su nombre, según se dice, de debió a un hecho de sangre por polleras (3).
En la actualidad ese local se llama “Gran Sur” y, se habla de un proyecto para rebautizarlo con el nombre de Julián Centeya.

Y si trepamos… “Boedo desde el cruce con Chiclana…” (Julián Centeya)

En la propuesta del poeta, sólo encontraremos algunos de aquellos viejos cafés remozados para esta época como por ejemplo: en la esquina de Inclán un moderno restaurante reemplaza a la antigua vinería “La Tacita”, donde el vino de Bordalesa era servido en tazas de loza blanca.

Al llegar a Boedo 857 faltará la famosa cervecería “Munich”, en ese lugar, desde un elevado palco las victroleras, con ojos soñadores y movimientos gentiles, daban cuerda a la victrola mientras cambiaban sonrisas con los hombres sentados estratégicamente en el salón.
Allí Azucena Maizani asombraba con su voz de tiple y sus ropas masculinas, audaces para la época.
En la esquina de San Ignacio ya no está “El Trianón”. En su lugar nació el café “Margot”, plasmado con magia parisina en el Buenos Aires al sur, ilusión que movilizó a nuestros poetas de antaño y nos sigue emocionando a los porteños de siempre.



© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna
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Versión para Internet de los artículos publicados en octubre, noviembre y diciembre de 1993
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Cafés de Boedo 2da parte

La literatura y el arte boedense se acunaron en sus cafés.
Trascendido el límite barrial, ganaron luego un merecido
espacio en el “Olimpo” cultural porteño.


Allá por 1930, a lo largo de seis cuadras, que van por Av. Boedo desde México a Independencia, existían 68 locales donde funcionaban cafés, despachos de bebidas, bares automáticos y confiterías; todos ellos muy concurridos.

Los cafés que eran el lugar de reunión preferido por los artistas y poetas, fueron testigos en muchas ocasiones del drama del autor incomprendido y, de las telas ya jadas de algún pintor sin sala para exponer. Inspirado en esa realidad, González Castillo, el gran dramaturgo y alma solidaria, fundó la “Peña Pacha Camac” en la terraza del “Café Biarritz”, de Boedo 868, el único ubicado en la vereda este de la Avenida. Tenía mesas en la acera y amalgamaba un abanico de parroquianos que iba desde el político al quinielero. Pasando por el poeta, el tanguero, estudiantes que nunca dejaron de serlo, médicos, periodistas, abogados y, otro que otro excéntrico mtemático.

Al amparo de la peña, la cultura encontró el camino para llegar al hombre común; se organizaban exposiciones, conciertos, funciones de teatro, todo con entrada gratuita. Un golpe de la Municipalidad acabó con sueños y concreciones en 24 horas. Ese fue el lapso que se le dio a la Pacha Camac para desalojar la terraza, cuanden1938 la comuna compró el predio para ampliar el entonces Banco municipal.

El “japonés”, propiedad del Sr. Jamahata en Carlos Calvo y Boedo, era un baluarte libertario; reducto exclusivo de los hinchas de “Huracán” y, lugar de reunión de la gente de Editorial “Claridad”. Por su mesa pasó la bohemia de Barletta, Yunque, Tiempo, Castelnuovo y muchos otros que en aquel 1923, premiados en el concurso de escritores jóvenes organizado por el diario “La Montaña”, formaron el “Grupo de Boedo”.

No podemos olvidarnos de aquel muchacho sin trabajo, del jugador de todos los juegos y, del infaltable cantor. Figuras típicas de las noches de café.





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Cafés de Boedo 1era parte

Cuando Boedo era solo un camino recorrido por tropas y carretas que cruzaban alfalfares, quintas, tambos y hornos de ladrillo, las diversiones y el descanso se emparentaban con el hombre de a caballo.

Había por esta zona pulperías como la de Gades, situada en Chiclana y Loria, que tenía canchas de bochas, donde se armaban riñas de gallos y reunión para copas y baraja.

Con la inmigración a esa pampa le nacieron desperdigadas casitas y almacenes esquineros con despacho de bebidas, donde destacaba el estaño.

El tiempo pasó y esos “despachos de bebidas” fueron la cédula madre de los cafés de Boedo, lugar de encuentro para la generación de poetas, escritores, pintores, escultores, políticos, futbolistas e inefables filósofos cotidianos que recorrían las calles del barrio en la década del treinta.

Hubo también, a cielo abierto, glorietas donde se bebía cerveza y podía escucharse a guitarreros, cantares y payadores. “La Aulita”, estaba en Boedo y Carlos Calvo, “La traición” por Colombres y Carlos Calvo. Era época de caudillaje político y solían armarse grescas fenomenales.

Rememorando a Jorge Luis Borges en “La poesía en Buenos Aires”: “Solía concurrir a las largas y apartadas tertulias para ver y escuchar a tipos de la orilla. Andaba por glorietas, recreos y demás lugares de concurrencia de esa clase de payadores y cantores”.

Son pocos los viejos cafés que quedan aún en pie, recordándonos un Buenos Aires distinto.

El café “Homero Manzi”, situado en la esquina Noroeste de San Juan y Boedo. En 1927 se lo conocía como “El Aeroplano”, quizás porque allí nació el vals de Pedro Data, o por el dibujo de un aeroplano en una de sus paredes.

La mitología popular cuenta que en una de sus mesas pegada a la ventana que mira a la Avenida San Juan, Homero Manzi escribió la letra del tango “Sur”. También se dice que entre otros muchos parroquianos, paraba el anarquista Severino Di Giovani.

Con los sucesivos cambios de dueño se llamó en 1937, “Nippon”, en 1948 “Canadian”, hasta llegar al actual y justo nombre.

El café Dante, situado en Boedo 745, era el lugar de reunión de futbolistas y futboleros, todos simpatizantes de San Lorenzo, tal es así que tenía luces azules y rojas que se encendían cuando “El Ciclón”(1) ganaba. Sus jugadores pasaban por el café después de los partidos, donde los esperaba la muchachada del barrio.

En sus mesas sesionó “La República de Boedo” y, también, nació allí de la mano de José González Castillo, la Peña Pacha Camac.

El café “Gran Boedo” estaba en Boedo 819, en su salón se escuchaba música interpretada por orquestas de señoritas, recordamos “La Internacional”, dirigida por Amelia Cruz, y su vocalista Magdalena del Solar.

Este café compartía el local con el teatro América, donde el género era el “Varieté”, precursor de la clásica Revista Porteña.




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lunes, 27 de julio de 2009

Carnavales en Boedo

Las fiestas de carnaval son anteriores al cristianismo, su origen es pagano; se celebran los tres días que preceden al miércoles de ceniza, son puramente populares y consisten en mascaradas, comparsas, bailes y otras ruidosas alegrías.


Nos sorprende encontrar en enciclopedias la definición de algo que tenemos tan asimilado en la memoria y nos trae muchos, gratos recuerdos. También leemos:”Buenos Aires y Montevideo son, quizás, las ciudades más alegres para carnaval, la manera de divertirse es arrojar agua a los transeúntes desde los balcones generándose verdaderas batallas campales”.


Sin embargo el teatro reflejó la melancolía del carnaval porteño en el sainete “Los disfrazados” de Carlos María Pacheco, filosofando sobre el espejismo de la memoria que siempre mejora el tiempo pasado. Lo indudable es que hubo noches de frenética alegría con las calles invadidas de máscaras, comparsas y murgas de muchachotes zafados para la época.


Y si preguntamos ¿Qué pasaba en nuestro barrio en esos días?


El festejo comenzaba en las primeras horas de la tarde con el juego de agua entre vecinos, solo jugaban los mayores y a baldazo limpio, diversión peligrosa para los chicos por los elementos que se usaban: baldes de zinc, cacerolas y las corridas sobre las veredas mojadas.


Al atardecer aparecían las primeras mascaritas sueltas y las murgas de muchachos con trajes hechos de arpilleras e instrumentos improvisados con cacerolas, latas, pitos y matracas.


Caída la noche todos los vecinos se preparaban para ir al corso, entonces, ¡Boedo era una fiesta!


Toda la avenida desde Independencia hasta San Juan se transformaba en un palco donde las butacas eran las sillas de los numerosos cafés, allí se ubicaba el público para ver desfilar a las comparsas, a los adornados carros de las agrupaciones folklóricas y a los automóviles particulares. Se jugaba con serpentinas, papel picado y pomos con agua perfumada.


Las salas del teatro Boedo y los cines Los Andes y Nilo realizaban concursos de máscaras y comparsas, trabajaban a sala llena y hasta la madrugada, por sus escenarios pasaban las agrupaciones de todos los barrios de Buenos Aires y por tres días detenían el tiempo.


Aquellos carnavales tenían su propio perfume, el de los pomos Bella Porteña, su agradable e inconfundible aroma estaba asociado a estas inolvidables y añoradas fiestas del tiempo pasado.





© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

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Versión para Internet del artículo publicado en Septiembre de 1993


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NOSTALGIAS

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