sábado, 17 de octubre de 2009

Cafés de Boedo 3ra Parte

Yo lo trepé a Boedo
viniendo del cruce con Chiclana
¡Y era muchacho!

Mi barrio de lonjeado cielo
Del bodegón humoso y la cantina gringa
De la murra y la canzoneta nostálgica
Labriega, acaso… “la violeta”
(Julián Centeya)

La pintura que Julián Centeya (1), el “hombre gris de Buenos Aires”, así lo llamaban, hace del barrio en su poema “Boedo”, es entrañable. Él era habitante y habitué de cafés como “La Puñalada”(2), que junto con Homero Manzi y los hinchas de Huracán lo contaba entre sus parroquianos.
En la esquina sudoeste de Boedo y Rondeau, con sus paredes pintadas de azul, este reducto que también se llamó Café de la Paz y Huracán, cuenta con anécdotas innumerables, como la de aquel día en que se suspendió el sorteo de la lotería, dándole a los presentes la excusa para fabricar una ruleta con el ventilador al que ponían en movimiento; al desenchufarlo ganaba el número que quedaba en la hora doce.
Su nombre, según se dice, de debió a un hecho de sangre por polleras (3).
En la actualidad ese local se llama “Gran Sur” y, se habla de un proyecto para rebautizarlo con el nombre de Julián Centeya.

Y si trepamos… “Boedo desde el cruce con Chiclana…” (Julián Centeya)

En la propuesta del poeta, sólo encontraremos algunos de aquellos viejos cafés remozados para esta época como por ejemplo: en la esquina de Inclán un moderno restaurante reemplaza a la antigua vinería “La Tacita”, donde el vino de Bordalesa era servido en tazas de loza blanca.

Al llegar a Boedo 857 faltará la famosa cervecería “Munich”, en ese lugar, desde un elevado palco las victroleras, con ojos soñadores y movimientos gentiles, daban cuerda a la victrola mientras cambiaban sonrisas con los hombres sentados estratégicamente en el salón.
Allí Azucena Maizani asombraba con su voz de tiple y sus ropas masculinas, audaces para la época.
En la esquina de San Ignacio ya no está “El Trianón”. En su lugar nació el café “Margot”, plasmado con magia parisina en el Buenos Aires al sur, ilusión que movilizó a nuestros poetas de antaño y nos sigue emocionando a los porteños de siempre.



© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna
*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.
Versión para Internet de los artículos publicados en octubre, noviembre y diciembre de 1993
*La bibliografía y documentación que lo sustenta, puede solicitarse al correo del blog: madk4b@gmail.com

Cafés de Boedo 2da parte

La literatura y el arte boedense se acunaron en sus cafés.
Trascendido el límite barrial, ganaron luego un merecido
espacio en el “Olimpo” cultural porteño.


Allá por 1930, a lo largo de seis cuadras, que van por Av. Boedo desde México a Independencia, existían 68 locales donde funcionaban cafés, despachos de bebidas, bares automáticos y confiterías; todos ellos muy concurridos.

Los cafés que eran el lugar de reunión preferido por los artistas y poetas, fueron testigos en muchas ocasiones del drama del autor incomprendido y, de las telas ya jadas de algún pintor sin sala para exponer. Inspirado en esa realidad, González Castillo, el gran dramaturgo y alma solidaria, fundó la “Peña Pacha Camac” en la terraza del “Café Biarritz”, de Boedo 868, el único ubicado en la vereda este de la Avenida. Tenía mesas en la acera y amalgamaba un abanico de parroquianos que iba desde el político al quinielero. Pasando por el poeta, el tanguero, estudiantes que nunca dejaron de serlo, médicos, periodistas, abogados y, otro que otro excéntrico mtemático.

Al amparo de la peña, la cultura encontró el camino para llegar al hombre común; se organizaban exposiciones, conciertos, funciones de teatro, todo con entrada gratuita. Un golpe de la Municipalidad acabó con sueños y concreciones en 24 horas. Ese fue el lapso que se le dio a la Pacha Camac para desalojar la terraza, cuanden1938 la comuna compró el predio para ampliar el entonces Banco municipal.

El “japonés”, propiedad del Sr. Jamahata en Carlos Calvo y Boedo, era un baluarte libertario; reducto exclusivo de los hinchas de “Huracán” y, lugar de reunión de la gente de Editorial “Claridad”. Por su mesa pasó la bohemia de Barletta, Yunque, Tiempo, Castelnuovo y muchos otros que en aquel 1923, premiados en el concurso de escritores jóvenes organizado por el diario “La Montaña”, formaron el “Grupo de Boedo”.

No podemos olvidarnos de aquel muchacho sin trabajo, del jugador de todos los juegos y, del infaltable cantor. Figuras típicas de las noches de café.





© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

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Versión para Internet de los artículos publicados en 1993
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Cafés de Boedo 1era parte

Cuando Boedo era solo un camino recorrido por tropas y carretas que cruzaban alfalfares, quintas, tambos y hornos de ladrillo, las diversiones y el descanso se emparentaban con el hombre de a caballo.

Había por esta zona pulperías como la de Gades, situada en Chiclana y Loria, que tenía canchas de bochas, donde se armaban riñas de gallos y reunión para copas y baraja.

Con la inmigración a esa pampa le nacieron desperdigadas casitas y almacenes esquineros con despacho de bebidas, donde destacaba el estaño.

El tiempo pasó y esos “despachos de bebidas” fueron la cédula madre de los cafés de Boedo, lugar de encuentro para la generación de poetas, escritores, pintores, escultores, políticos, futbolistas e inefables filósofos cotidianos que recorrían las calles del barrio en la década del treinta.

Hubo también, a cielo abierto, glorietas donde se bebía cerveza y podía escucharse a guitarreros, cantares y payadores. “La Aulita”, estaba en Boedo y Carlos Calvo, “La traición” por Colombres y Carlos Calvo. Era época de caudillaje político y solían armarse grescas fenomenales.

Rememorando a Jorge Luis Borges en “La poesía en Buenos Aires”: “Solía concurrir a las largas y apartadas tertulias para ver y escuchar a tipos de la orilla. Andaba por glorietas, recreos y demás lugares de concurrencia de esa clase de payadores y cantores”.

Son pocos los viejos cafés que quedan aún en pie, recordándonos un Buenos Aires distinto.

El café “Homero Manzi”, situado en la esquina Noroeste de San Juan y Boedo. En 1927 se lo conocía como “El Aeroplano”, quizás porque allí nació el vals de Pedro Data, o por el dibujo de un aeroplano en una de sus paredes.

La mitología popular cuenta que en una de sus mesas pegada a la ventana que mira a la Avenida San Juan, Homero Manzi escribió la letra del tango “Sur”. También se dice que entre otros muchos parroquianos, paraba el anarquista Severino Di Giovani.

Con los sucesivos cambios de dueño se llamó en 1937, “Nippon”, en 1948 “Canadian”, hasta llegar al actual y justo nombre.

El café Dante, situado en Boedo 745, era el lugar de reunión de futbolistas y futboleros, todos simpatizantes de San Lorenzo, tal es así que tenía luces azules y rojas que se encendían cuando “El Ciclón”(1) ganaba. Sus jugadores pasaban por el café después de los partidos, donde los esperaba la muchachada del barrio.

En sus mesas sesionó “La República de Boedo” y, también, nació allí de la mano de José González Castillo, la Peña Pacha Camac.

El café “Gran Boedo” estaba en Boedo 819, en su salón se escuchaba música interpretada por orquestas de señoritas, recordamos “La Internacional”, dirigida por Amelia Cruz, y su vocalista Magdalena del Solar.

Este café compartía el local con el teatro América, donde el género era el “Varieté”, precursor de la clásica Revista Porteña.




© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna
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